Sin voz


Hoy tenía un ratito libre, y quise retomar mis intentos de ilustración. Mientras tiraba líneas, se dibujó en mi cabeza recuerdos de sensaciones que he sentido, estando amordazada como en el dibujo. Me pareció curioso tratar de escribirlas a lo relato corto, y jugar a que esté escrito de manera que otro se pueda identificar!

- Abre la boca
Y a continuación de esa orden, sabes que no vas a poder volver a hablar. El juego se complica. Ya no hay protestas, ya no hay lamentos, sólo sollozos ahogados mientras la fusta a tus espaldas se va moviendo, agitando en sus manos, con golpes en el aire que lo cortan, haciendo ese sonido característico que te pone la piel de gallina.
Ininteligible es lo que sale de tus labios, ¿quizá una protesta?. No, si hablar. Aunque te avergüence admitirlo, estás dónde deseas, y cómo hacia tiempo que ansiabas. Entre tanto va y ven de jugar al miedo, es fácil mantenerse en ese estado de semi - ensoñación característico de antes de iniciar una sesión. Esa irrealidad, que a excepción del roce de la goma de la mordaza en tus labios, te hace sentir desconectada del mundo, explotando en sensación, y a la par, libre de cuerpo que pueda sentir nada.

Hasta que un fustazo certero impacta sobre tus nalgas, con más fuerza de lo que estabas habituado, pero no tanta como para hacerte arrepentir de tu posición. Pinchazos, seguidos de un calor que recorre tu columna y embriagan la zona del impacto y sus alrededores van amainando, y te han dado ese golpe de realidad, esa prueba, de que ya no son sólo fantasías: estás siendo el protagonista de ellas. Es indescriptible. 
Es inigualable. 
Es tan bueno, que engancha.

- Shhhhh !!

Se pone frente a ti, y te manda callar. Que irónica situación, como si estuvieses en posición de dar una conferencia. Sí... la mordaza no sólo enmudece, avergüenza a excepción de a los más descarados. Y en cualquier caso, ambos lo disfrutan a su manera.
Una nueva sensación, húmeda y resbaladiza se escurre entre la comisura de tus labios. No la puedes frenar, imposible. Tu boca ya no es tuya, sino suya, desde el mismo instante en que el cierre de la mordaza se ajustó a tu nuca.... 
Se coloca frente a tí, te observa, con lascivia. Sonríe, y en cuestión de segundos, marca su territorio, lamiendo la goma que tu no puedes evitar retener entre tus dientes.
Así es el juego, así son las reglas... Y si eso implica perder el control de hasta tu propia saliva, cuán prometedora se entrevé el resto de la sesión... ¿de cuantas cosas serás capaz de perder más el control?

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